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Cambio de perspectiva

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¿Qué sentirá el árbol solitario con sus pies enterrados  y sus ramas que se elevan como brazos, quizás, en plegaria? ¿Soñará con dejar su terruño y emigrar como sus amigas, las aves? Las aves lo visitan, y mientras descansan, le describen sus viajes, los paisajes increíbles y agraciados que recorren, los infinitos amigos que dejan por donde sea que van. Refieren coloridos cielos y dorados campos, gigantes rocosos y océanos profundos y enigmáticos. El árbol escucha y se siente desolado.   En las noches de tormenta, recurre a la fuerza del viento e intenta levantar sus pies para correr a esos lugares que imaginó tantas veces.  Pero no puede escapar.  Ese lugar es su prisión. ¿Por qué le tocó ese destino? Quiere ser ave, no árbol. ¿Cómo cambiar aquello que está tan lejos de sus posibilidades? De pronto entiende que no debe luchar contra su propia naturaleza.  Acepta su destino de árbol y comienza a apreciar las virtudes y ventajas. No debe buscar alimento ni lucha

Búsqueda

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Sabia luz que ilumina el universo dibujando la vida a su paso. El sonido de un reloj reseco despereza el silencio y abraza con sus manecillas el suspiro del tiempo. Retiene en la boca aquellas palabras que resuenan mudas,  profundamente. Y brilla único, libre, ávido de soles que amanezcan sus sombras. Desanda pisadas ajenas que confunden su audacia y dejan el deseo en carne viva. Hasta que por fin, en un adormecido rincón del mundo, abre el libro y bebe su historia. Momentos de vida plena, de vida llana, de vida muerta de horas simples,  de inexistente legado. Sentir duele, pero es una agonía humilde, sin verborragias ni silencios pretenciosos. Se enfrenta al reflejo y no escapa. Por primera vez, duerme. Y sueña con aquellas pisadas suaves, pequeñas, que acompañan su vuelo y alimentan su estancia. publicado en la antología "Amarillo" - SERseres ediciones - 2017 pág 116

La demolición

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No se explicaba lo que estaba sucediendo. De repente se sintió vacía. Esa ausencia de todo lo que siempre la había colmado, personas, objetos, la colocaban en una realidad aterradora.  ¿Qué estaba ocasionando esta situación? No lograba comprender. Ahora solo le quedaban los recuerdos, texturas y aromas de un tiempo que no volvería. Tendría que recomenzar, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Volver a surgir de la nada, de la carencia que duele y lastima. A eso se disponía cuando los vio aproximarse. Sin respeto por su tristeza, sin notar siquiera la inquietud insoportable que le ocasionaban, comenzaron la tarea. Supuso que venían a ayudarla pero ese pensamiento duró apenas un instante. Un dolor insoportable laceró su costado mientras de diferentes ángulos le propinaban fuertes golpes. Iban desgarrándola poco a poco sin percatarse de aquello que acontecía en su interior. Lágrimas secas brotaron de su fuente y acompañaron la rápida caída. Entendió que ya nunca volvería a es

La cita

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Como cada tarde, el hombre gris llegó y se sentó en el mismo banco.  Desde allí miró el reloj de la estación de trenes.   Era un reloj grande, marrón, de agujas negras y tristes, rectas; el paso del tiempo le había desdibujado los números, por lo que era difícil imaginar cómo habían sido. Desde donde estaba sentado no escuchaba el “tic-tac”, solo veía el segundero que avanzaba siempre al mismo ritmo, marcando el paso de cada segundo, sin parar jamás; de un modo tedioso y desesperante. “Tic-tac, tic-tac” A medida que los minutos desfilaban, el andén iba cambiando su fisonomía.  Había llegado casi sobre la hora indicada; aun así, ese último minuto parecía eterno y terriblemente dinámico.  Siempre ocurría del mismo modo.  Como en un eterno déjà vu , en ese horario la emoción envolvía su piel; sus ojos recorrían el andén mientras espiaban el movimiento de la fina aguja que dejaba atrás esos últimos segundos y el “tic-tac” lejano le resonaba en la mente, al ritmo acelerado de s

La sombra

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El sinuoso movimiento de la llama hipnotizaba a la niña, quien observaba con ojos muy abiertos la danza dantesca. La luz de la vela siempre la atraía, especialmente por las sombras que proyectaba sobre la pared. Estaba meciéndose en la silla de la abuela, ubicada en la sala de la casona. Muebles de buena madera la flanqueaban y en las paredes podían observarse pinturas antiguas y retratos familiares. Toda la decoración indicaba el buen pasar de una familia burguesa de principios del siglo XIX. En una esquina de ese ambiente, una chimenea templaba el aire con su entraña ardiendo día y noche. Eran largos y tediosos los atardeceres de invierno, y el olor emanado por la cera al quemarse, transformaba el momento en algo mágico y tenebroso. Aun así, dado que mirar la vela era lo único que podía hacer una niñita de seis años mientras mamá preparaba la cena, dedicaba todos sus pensamientos a imaginar lugares, situaciones y hasta animales peligrosos que perseguían pequeños para comerlos. 

Fotografía - Serie Mujeres

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CoopArte CES - Saladillo - Marzo de 2018 La serie de fotografías a la que llame "Mujeres" surgió de la iniciativa del sector cultural de la CES "CoopArte" de mi localidad de residencia, Saladillo. Ésta serie fue compartida con el público con motivo del día de la mujer, en el mes de marzo de 2018. Mujeres en sus tareas habituales... actrices en un ensayo, policías, técnica en un laboratorio, maestra, estudiante, abuela, artista plástica, empleada, locutora... todas mujeres que cada día ponen lo mejor de ellas mismas en lo que hacen, con amor y pasión... Mujer. La mujer. Aquella que pare con amor. Cuida la vida. Ama el trabajo… Mujer que estudia,  juega, educa y contiene. Crea magia, ilumina  y da sentido a la vida… Mujer, que con la voz nos acompaña, en el arte nos aliena y nos eleva. La verás con mil disfraces envuelta en dramas y sonrisas

Las escondidas

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El juego consistía en esconderse. Alguien contaba hasta cien y los demás se ocultaban en algún un lugar para permanecer allí mientras eran buscados. Y el objetivo era llegar a “picar” antes de ser descubiertos… Ella escuchó la llave ingresando en la cerradura del departamento húmedo de llanto. Y buscó desesperada un lugar donde esconderse. Sabía que él encontraría un motivo, como siempre, para descargar contra ella las propias frustraciones.  Baño, cocina y un único ambiente conformaban la geografía de ese micro mundo en el cual habitaban. No había muchos lugares donde meterse y decidió salir al pequeño balcón donde estaba el lavarropas. Lo escuchó entrar y llamarla. Los pasos de él recorrieron veloces el lugar y se oían cada vez más apurados. Ansiosos. Violentos.  El corazón de ella latía muy rápido e intentaba contener la respiración para no ser descubierta. Uno, dos, tres, cuatro… Contaba los segundos, esperando llegar a cien y que ser descubierta resultase un jue