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Sabia luz que ilumina el universo
dibujando la vida a su paso.
El sonido de un reloj reseco
despereza el silencio
y abraza con sus manecillas el suspiro del tiempo.

Retiene en la boca aquellas palabras
que resuenan mudas,  profundamente.
Y brilla único, libre,
ávido de soles que amanezcan sus sombras.

Desanda pisadas ajenas
que confunden su audacia
y dejan el deseo en carne viva.

Hasta que por fin,
en un adormecido rincón del mundo,
abre el libro y bebe su historia.

Momentos de vida plena, de vida llana,
de vida muerta de horas simples, 
de inexistente legado.

Sentir duele, pero es una agonía humilde,
sin verborragias ni silencios pretenciosos.

Se enfrenta al reflejo y no escapa.

Por primera vez, duerme.
Y sueña con aquellas pisadas suaves, pequeñas,
que acompañan su vuelo
y alimentan su estancia.


publicado en la antología "Amarillo" - SERseres ediciones - 2017 pág 116

La demolición


No se explicaba lo que estaba sucediendo. De repente se sintió vacía. Esa ausencia de todo lo que siempre la había colmado, personas, objetos, la colocaban en una realidad aterradora.  ¿Qué estaba ocasionando esta situación? No lograba comprender. Ahora solo le quedaban los recuerdos, texturas y aromas de un tiempo que no volvería. Tendría que recomenzar, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Volver a surgir de la nada, de la carencia que duele y lastima. A eso se disponía cuando los vio aproximarse. Sin respeto por su tristeza, sin notar siquiera la inquietud insoportable que le ocasionaban, comenzaron la tarea. Supuso que venían a ayudarla pero ese pensamiento duró apenas un instante. Un dolor insoportable laceró su costado mientras de diferentes ángulos le propinaban fuertes golpes. Iban desgarrándola poco a poco sin percatarse de aquello que acontecía en su interior. Lágrimas secas brotaron de su fuente y acompañaron la rápida caída. Entendió que ya nunca volvería a escuchar risas ni llantos. Ni siquiera sentiría ese amargo vacío. 
Ahora que se desangraba ladrillo a ladrillo, la casa exhalaba su último y polvoriento suspiro...



publicado en la antología "Amarillo" - SERseres ediciones - 2017 pág 120

La cita

Como cada tarde, el hombre gris llegó y se sentó en el mismo banco.  Desde allí miró el reloj de la estación de trenes.   Era un reloj grande, marrón, de agujas negras y tristes, rectas; el paso del tiempo le había desdibujado los números, por lo que era difícil imaginar cómo habían sido. Desde donde estaba sentado no escuchaba el “tic-tac”, solo veía el segundero que avanzaba siempre al mismo ritmo, marcando el paso de cada segundo, sin parar jamás; de un modo tedioso y desesperante.

“Tic-tac, tic-tac”

A medida que los minutos desfilaban, el andén iba cambiando su fisonomía.  Había llegado casi sobre la hora indicada; aun así, ese último minuto parecía eterno y terriblemente dinámico.  Siempre ocurría del mismo modo.  Como en un eterno déjà vu, en ese horario la emoción envolvía su piel; sus ojos recorrían el andén mientras espiaban el movimiento de la fina aguja que dejaba atrás esos últimos segundos y el “tic-tac” lejano le resonaba en la mente, al ritmo acelerado de su corazón.

Por fin la vio.  Como esperaba, llegó casi corriendo y con una sonrisa tan bella que se silenció su interior al contemplarla.  Se iba acercando a su banco y se puso de pie para esperarla.  Ya percibía su abrazo, aún antes de tenerla en frente.  Su perfume lo invadía y casi sentía esa respiración agitada confundirse con la suya.  Saboreaba el beso apurado y algo parecido a la felicidad impregnó esos segundos.

La escuchó decir “Hola mi amor”, como era su costumbre, justo antes de abrazarlo. Entonces llegó el tren, y como lo hacían a diario, subieron juntos, de la mano.


El hombre gris se sentó nuevamente, esperando la partida de la formación.  La siguió con la mirada triste y vacía hasta que se transformó en un suspiro.  ¿Sería posible que ella lo confundiera alguna vez con aquel tipo afortunado que se sentaba tan cerca de él? 

Se encaminó hacia la calle, donde se perdió entre tantos otros.  Solo le quedaba esperar hasta la tarde siguiente.  Sería siempre así.  De lunes a viernes, a la misma hora.

publicado en la antología "Lo Invisible" - Editorial Dunken - 2016 pág 71
cuento interpretado actoralmente por el elenco del Teatro Comedia de Saladillo en el evento Arte Vivo - Casa Susana Soba - Saladillo 2017
cuento seleccionado para el Blog literario "El Narratorio"  
Antología Literaria Digital N° 18 - Agosto 2017 



La sombra

El sinuoso movimiento de la llama hipnotizaba a la niña, quien observaba con ojos muy abiertos la danza dantesca. La luz de la vela siempre la atraía, especialmente por las sombras que proyectaba sobre la pared. Estaba meciéndose en la silla de la abuela, ubicada en la sala de la casona. Muebles de buena madera la flanqueaban y en las paredes podían observarse pinturas antiguas y retratos familiares. Toda la decoración indicaba el buen pasar de una familia burguesa de principios del siglo XIX. En una esquina de ese ambiente, una chimenea templaba el aire con su entraña ardiendo día y noche. Eran largos y tediosos los atardeceres de invierno, y el olor emanado por la cera al quemarse, transformaba el momento en algo mágico y tenebroso. Aun así, dado que mirar la vela era lo único que podía hacer una niñita de seis años mientras mamá preparaba la cena, dedicaba todos sus pensamientos a imaginar lugares, situaciones y hasta animales peligrosos que perseguían pequeños para comerlos. 
Cada atardecer, se sumergía en historias de fantasmas, princesas y monstruos. La de ese día parecía ser menos interesante que otras, y en el momento exacto en que una sombra alargada abría la boca para devorar los huevos solitarios en el fondo de un nido, escuchó que mamá la llamaba a comer. El sonido de la voz pareció sobresaltar a la sombra, que se detuvo y observó a la niña atentamente. La pequeña intentó pararse y la oscura imagen se desplazó por la pared hacia el piso de la habitación hasta enroscársele en las piernas. Un grito agudo emergió de su garganta. Asustada y temiendo lo peor, dirigió la mirada hacia la llama de la vela. Vio como ésta aumentaba de tamaño y, en su interior, unos ojos de ocaso se entornaban, mirándola. Intentó llamar a su madre. Clamó desfalleciente. Esa forma gris le cubrió el cuerpo hasta hacerla desaparecer. 
Cuando la señora, curiosa ante la demora de la niña, ingresó a la sala, solo vio los muebles oscuros iluminados por la luz tenue de una vela, cuya llama apenas se mecía, mortecina, proyectando una imperceptible pincelada de humo sobre la blanca pared…

publicado en la antología  "Voces de la llanura" - TAHIEL Ediciones - 2017 pág

Las escondidas

El juego consistía en esconderse. Alguien contaba hasta cien y los demás se ocultaban en algún un lugar para permanecer allí mientras eran buscados. Y el objetivo era llegar a “picar” antes de ser descubiertos…

Ella escuchó la llave ingresando en la cerradura del departamento húmedo de llanto. Y buscó desesperada un lugar donde esconderse. Sabía que él encontraría un motivo, como siempre, para descargar contra ella las propias frustraciones. 
Baño, cocina y un único ambiente conformaban la geografía de ese micro mundo en el cual habitaban. No había muchos lugares donde meterse y decidió salir al pequeño balcón donde estaba el lavarropas.
Lo escuchó entrar y llamarla. Los pasos de él recorrieron veloces el lugar y se oían cada vez más apurados. Ansiosos. Violentos. 
El corazón de ella latía muy rápido e intentaba contener la respiración para no ser descubierta.
Uno, dos, tres, cuatro…
Contaba los segundos, esperando llegar a cien y que ser descubierta resultase un juego de niños.
Treinta y ocho, treinta y nueve…
Él gritaba. Golpeaba los pocos muebles que desnudaban los ambientes.
Ochenta y siete, ochenta y ocho…
Ella temblaba. Como cada vez que él llegaba tarde, se sentía aterrorizada por lo que iba a suceder. Ella, como tantas, sabía que no había vuelta atrás. Ya no tenía fuerzas para luchar y él no iba a cambiar.
Noventa y dos, noventa y tres…
La puerta corrediza del balconcito se abrió de golpe. Ella no lo escuchó. En su mente solo habitaba su propio conteo.
Noventa y nueve… cien.

Mientras caía hacia la vereda, solo esperaba escuchar a su amiga “picar” para todos los compañeros…
relato seleccionado para el Blog literario "El Narratorio"  
ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL NRO. 24 FEBRER0 2018 


Las palabras

Las palabras.
Rebuscados conjuntos de letras que dibujan un pensamiento, siempre incompleto.

Las palabras.
Monarcas de la confusión, increíbles medios de incomunicación cuando de distancia se trata.

Las palabras.
Para algunos desbordan y no dicen.  Para otros significan una muerte sedienta de ellas, que no llegan, se esconden.

Se dibujan soluciones en la mente, se transmuta su ausencia en ideas que al traducirse en términos rudimentarios, dejan una rara sensación de soledad.

Miles de ellas llenan libros, musicalizan discursos, endulzan oídos con amores dudosos, acunan sueños infantiles y satisfacen multitudes carentes de medios para traducir con certeza la intensión.

Capacidad, intelecto, ternura, comprensión, empatía, significado, plenitud.

Rarezas de esa humana costumbre de poner todo en palabras, cuando la mayoría de las veces, estas raras señoras son las que sobran.  

Justamente,  porque no alcanzan....


Texto publicado en "Voces de la llanura" - TAHIEL ediciones -  2017 - pág 192

Mujer de soles

Mujer de soles vestida de noche,
de noche blanca,
blanca de luna,
de luna llena,
de vientre lleno,
lleno de amor.

Mujer de soles que ríe tibia,
tibia de ocaso,
de amarillo y cobre.

Mujer de soles que lucha y pare,
que ama y bebe,
que acuna y mata.

Mujer de soles,
que habita el brillo de cada rayo,
quita el aliento,
toma el alma y da la vida
en cada gota que de ella emana.

Mujer de soles que va sembrando,
que crea y sufre,
que escribe, hornea,
que llueve y lava.

Mujer de soles en cada pecho,
en cada gesto,
en cada mano que entibia,
en cada piel que se entrega,
en cada boca que habla.

Mujer de soles...

                           que calla.

poema seleccionado para "Macrópticos" Compilado por Julián Kronn, poesías - 2017 - pág 90
poema publicado en "Claroscuro" - SerSeres Ediciones - 2017 - pág 129


El ruido

Eran las cuatro cuando Rosa se sentó a escribir frente a la computadora. Hacía tiempo que no lo hacía. Por diversos motivos, esta actividad que tanto le gustaba, había quedado en el olvido. Que no estaba tranquila. Que no se sentía bien. Que la inspiración había volado lejos. Concretamente, ni una sola idea surgía de su mente, en otros tiempos creativa hasta el exceso. Por todo esto, retomar se estaba haciendo difícil. Aunque no imposible.
De repente se preguntó acerca de qué escribir. ¿Sería un cuento? ¿Un poema? ¿Un relato? Nada. 

Mente en blanco. 

Mente en blanco, 
derivada de un océano de flores que brillan al sol. 

Mente en blanco. 

Vertiente interceptada por miles de mariposas coloridas. 

Mente en blanco. 

Poema de seis versos que no sabe adónde va… 


—No, no es esto lo que quiero —se dijo en silencio—, necesito un tema… un tema acerca del cual escribir un cuento…

En estas cavilaciones se encontraba cuando sintió un sonido fuerte que venía del techo. Abandonó el teclado y aquellos pensamientos grises, para salir por la puerta trasera de la casa a observar qué podría haberlo causado. Miró hacia la azotea. Hasta donde podía ver, nada raro ocurría. No había gatos ni aves, lo habitual en esos casos. Entonces volvió a ingresar a la casa para salir, esta vez, por la puerta del frente. Nuevamente llevó la mirada hacia arriba, esperando encontrar algo de ese lado de la edificación. Nada. Se preguntaba qué habría ocasionado el sonido grave, como si algo se hubiera arrastrado sobre las tejas o sobre las chapas del techo del garage. Con esos pensamientos revoloteando en la mente, regresó y se sentó frente a la notebook.
Se olvidó de inmediato del ruido. Miró a su alrededor. Buscaba un disparador para encender la mecha de la imaginación, de la creatividad que tantas veces la había sorprendido, porque sabía dónde comenzaba, pero jamás dónde finalizaría. La mirada se hundió en el agua de la piscina. 

El reflejo de la copa desnuda se movía en una danza inquietante.
Ahora muestra un trozo de azul, ahora el oscuro madero.
El ave surca el cielo en el momento justo y aquello que era movimiento se torna estático.
La fotografía robó a la vida ese instante. Tan simple. Tan pleno.


—¡Pero qué cosa la mente! —pensaba Rosa, molesta—. Siempre me lleva a describir lo que observo cuando solo quiero volar…

De nuevo el ruido la sacó de ese estado de introspección. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cómo podía oír un sonido tan fuerte y no encontrar qué lo estaba ocasionando?
Volvió a salir al parque trasero. Y esta vez vio algo que no había notado antes.
Una chapa del techo de la cochera estaba más levantada que otras.

—¿Se habrá escondido un gato allí o algún pájaro estará haciendo un nido? —se preguntó mientras buscaba la escalera.

La apoyó contra la pared y comenzó a subir. A medida que ascendía, el corazón le latía más fuerte. Algo la inquietaba. Aquel ruido había llegado a asustarla y temía encontrar un gato lastimado. Un escalón. Dos escalones. Tres escalones. Al cuarto escalón pudo asomar la cabeza y ver un poco de cerca la situación. Cinco escalones. Seis escalones. Trepó al techo y desde allí parecía no haber nada debajo de la chapa. Se acercó lentamente y con cuidado. Resbalar significaría caer desde muy alto.
Cuando estuvo sobre la chapa en cuestión vio que estaba suelta. Intentó levantarla para observar qué había debajo. El fuerte sonido la aturdió de repente haciéndola retroceder aterrada al ver esos ojos amarillos que la miraban, amenazantes. No contó los pasos. Nadie hubiera podido hacerlo en esas circunstancias. Calculó mal y cayó de espaldas, al pie de la escalera.
Cuando abrió los ojos estaba en el mismo lugar. Inmóvil y dolorida. Asustada. Sola. No tenía el celular a mano para llamar a la emergencia médica. Solo pudo articular un sordo pedido de auxilio que nadie escuchó. Entonces, vio que esos ojos siniestros la miraban desde arriba del techo. El ruido sonó esta vez más fuerte, como un grito de guerra, mientras el felino desconocido saltaba sobre la pobre Rosa, cuyo corazón dejó de latir justo un segundo antes del zarpazo… 

publicado en "Mujeres 3, Obras colectivas" - Ediciones Croupier - 2016 - pág 39


Trascender

Era un río sumiso, de un transitar sutil y cuerpo casi invisible por lo cristalino.
Hasta donde la mirada alcazaba a divisar, las curvas que dibujaba daban más vida al paisaje, que de tanta frescura por él entregada, era de un verde profundo y variado.
A su paso, no solo regaba la orilla fecunda sino que también cumplía innumerables faenas: daba hogar y alimento a los peces, quienes aún sumergidos, destellaban al sol como perlas coloridas;  sostenía la vida vegetal, siempre anclada a su lecho amoroso, colmado de pequeños seres que solo conocían de su abundancia; llevaba de paseo, ayudado por la brisa, a troncos y ramas que tomaban un baño con destino incierto; y acompañaba el recorrido de aquellos botes y balsas que con respeto el hombre botaba en sus aguas.
Desde el origen de la existencia, y allí donde no llegaba la memoria, había actuado de ese modo.  Manteniendo su cauce prolijamente, sin grandes oleajes presumidos, sin intentar pasar más allá de sus propios márgenes, que en constante abrazo lo mantenían íntegro.
Se sentía muy bien siendo río.  Y no había otro modo de ser que éste, en el que se dejaba acariciar por la vida.
Casi sin darse cuenta, fue acopiando cada gota de lluvia que el cielo le regalaba.  Era un gran tesoro de frescura, y dejó que su propio interior se fundiera con ese alimento.  Creció.  De un modo magnífico y audaz sobrepasó sus propios límites, hasta llegar a los árboles que lo observaron con aquietada sorpresa.  Fue un momento de cambio, en el cual ofreció sus entrañas pródigas a la infinidad de seres que lo habitaban.  Entendió que aún sin dejar de ser lo que era, había podido superar aquello para lo cual fue creado.
Y lentamente, integrando a su sabiduría interior la experiencia de trascender, regaló al mar las gotas recibidas para volver a sentir el abrazo seguro de aquellas riberas.
Había saboreado lo ilimitado de la existencia, aún siendo lo que era.
Un río.

publicado en la antología “Cuentos y Relatos” – Los Molinos de Viento – 2014 - pág. 96

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